Artículo de opinión

Cuando nos enfrentamos al arte africano desde nuestra visión tradicional occidental, y lo calificamos de “arte primitivo”, podemos, a poco que reflexionemos, darnos cuenta de nuestros prejuicios.

Tendríamos que plantearnos como mínimo, si hemos hecho el menor esfuerzo para entender el porqué de sus formas de representación, su canon y código estético.

Imaginemos por un momento, qué una persona del futuro viera nuestro arte occidental de los dos últimos siglos, en un museo y por primera vez, y sin tener más información que la cronología y lo que aprecia con la vista.

Para empezar vería el arte de principios del siglo XIX, donde se enfrentaría con una técnica, que – centrándose sobre todo en pintura y escultura – y en parámetros de perspectiva, color, línea, luz, espacio…le llevaría a decir que los artistas habían conquistado totalmente la representación de la realidad.

Luego se le haría pasar sin transito a las salas del arte de abstracción total del siglo XX, sin permitirle ver nada más, allí se encontraría con bandas de diferentes tonos, figuras geométricas simples, manchones de color, o líneas más o menos complejas que para ella no tendrían ningún sentido…

Seguramente se plantearía el porqué de ese salto en las representaciones, de qué sucedió para pasar de controlar perfectamente la técnica de plasmación de la realidad,  a no saber “aparentemente” representar nada.

Nosotros sabemos que, en el arte que separa esas obras figurativas del siglo XIX, a la abstracción del siglo XX, hay toda una evolución de técnicas, filosofía  y gusto estético no solo de los artistas, sino también del espectador.

Si aplicamos este ejemplo al arte africano subsahariano, veremos que nos falta información para intentar entenderlo y disfrutarlo en plenitud, tal y como lo concibió el artista, impregnado de su cultura, su código estético y su historia.