Tenemos la creencia de que la Edad Media fue una época de oscurantismo, sucia y gris, plagada de infecciosas epidemias, de esqueletos danzantes enarbolando guadañas…y en donde la figura de la mujer llegó al estado de máxima infravaloración, subordinada por la sociedad eclesiástica y por la patriarcal.
Si bien, a grandes rasgos, algunas de estas apreciaciones se pueden considerar ciertas, hoy en día y con los nuevos conocimientos, también es verdad que hay que matizarlas, ya que la Edad Media duró mil años y mil años son muchos años para meterlos todos en la misma horma.
Es incuestionable que este largo período de la historia fue heredero del Imperio Romano y que esa herencia marcó dolorosamente la vida de nuestras antepasadas y sin embargo y por comparación fue una edad más “amable” que en el llamado “Renacimiento” , momento en el que se da muerte intelectual y artística a la mujer.
Quedándonos por tanto en el período anterior y siguiendo con el empeño de “Conjurar el Olvido” hay que rescatar una corriente femenina que floreció libre, principalmente, entre los siglos XII, XIII y XIV.
Las mujeres que engrosaron las filas de este movimiento revolucionario fueron Las Beguinas, que vivieron en tiempos de crisis, de cambios, enfrentándose sin descanso a una Iglesia corrupta.
Algunas eran solteras, otras casadas, aquellas viudas, pero todas igualadas por la unánime necesidad de vivir libres, es decir, sin sujección a hombre alguno, ni como esposo, ni como guía espiritual.
Las Beguinas se establecieron en pequeñas comunidades llamadas beguinatos, que desde Lieja se extendieron a Brujas, Gante, norte de Francia, sur de Alemania, Italia, Polonia, España…
En su momento de máximo apogeo se estima que llegaron alcanzar la cifra de 200.000.
Sabemos que estas señoras eran libres de entrar en los beguinatos y de salir cuando les pareciera. Organizaban su tiempo de forma equitativa, dedicando una parte de él a las labores de ayuda comunitaria, a saber: gestionando los comedores sociales, trabajando en hospitales y leproserías, creando escuelas para niñas o dirigiendo talleres de oficios para formar a las mujeres y por otra consagrándose a labores intelectuales de gran altura, que ahora empiezan a ser conocidas, reconocidas y admiradas.
Debido a esto Las Beguinas alcanzaron un gran prestigio y respeto en la sociedad de su tiempo, por lo que gentes de clase acomodada les dispensaron sustanciosos donativos para que continuaran con estas labores.
El Cuerpo Eclesiástico atento a todo movimiento que se alejara de su férreo control hizo cuentas y comprendió que las donaciones otorgadas a las beguinas eran donaciones perdidas para ellos. Además, la erudición de estas mujeres reflejada en una rica producción literaria, filosófica, musical, científica y mística despertó el recelo de la Iglesia que pretendía el monopolio de lo divino y de lo humano.
Llegados a este punto el Papa Clemente V, en el Concilio de Vienne, decretó que : “su modo de vida debe de ser prohibido definitivamente y excluído de la Iglesia de Dios”.
Poco tiempo después fueron perseguidas y desprestigiadas, abandonando los beguinatos para volver, algunas, a su vida anterior y otras ingresando en órdenes religiosas, principalmente en Las Carmelitas, donde podían mantener algo de su despojada libertad.
Aquel movimiento libertario se fue apagando y su eco fue laboriosamente silenciado. No obstante los beguinatos, sus edificios, calles y placitas no han desaparecido, muy al contrario, hoy son Patrimonio de la Humanidad y Las Beguinas, igual que el símbolo con el que se identificaban, el Ave Fénix, están renaciendo del olvido y sus obras reivindicadas y publicadas.
Conjuraremos del olvido entre otras muchas:
a Hadewych de Amberes
a Matilde de Magdeburdo
a María de Oignies
a Lutgarda de Togeren
a Juliana de Lieja
a Beatriz de Nazaret
a Margarita Porete…
¡Qué interesante ! En semana Santa voy a Bruselas y voy a buscar información sobre ellas. La iglesia siempre intentando coger tajada…