A lo largo de toda la Edad Media europea, la mujer no tuvo ningún papel social relevante, a excepción de algunas aristócratas o monjas.

Las mujeres de estrato social bajo – campesinas en su mayoría –  a pesar de no tener ninguna autoridad en las aldeas en las que vivían, van a ejercer un papel esencial.

Este papel aparentemente modesto y de antigua tradición, transmitida entre ellas, las liga a los asuntos relacionados con el nacimiento y la muerte.

Son ellas las parteras, las que cuidaban a niños, ancianos y enfermos, encargándose de su bienestar y sanación, realizando “una medicina familiar”.

Las mujeres rurales, tenían un conocimiento de las plantas y los remedios que podían utilizarse para curar – sino todas – algunas enfermedades,  y la que sobresalía en sabiduría y talento, se convertía en la “sanadora del pueblo”.

El problema era, que estas prácticas naturales iban acompañadas de rituales mágicos y hechizos de todo tipo –  heredados del paganismo – y que durante la Edad Media se seguirán utilizando.

Esto ocurría porque para la mentalidad medieval, tan supersticiosa como iletrada, se culpaba a agentes mágicos y misteriosos – sino al diablo – de enviar una dolencia.

Las gentes, se defendían con amuletos, hechizos, pócimas… ya que durante el Medievo, era poco lo que se sabía sobre las enfermedades y su óptima resolución.

Por lo que las sanadoras, aferradas a las antiguas creencias – además de sus remedios – usaban fórmulas de conjuro para cada tipo de enfermedad.

Como consecuencia de esta mentalidad, la mujer sanadora también mediará entre los vivos y los espíritus.

Para ello empleará la adivinación e interpretación,  ya sea para sucesos naturales o de índole personal, como realizar un viaje, un negocio o matrimonio.

En estas prácticas, no solo nos encontramos el afán de curar y lograr el bienestar del grupo, sino también con conjuros más oscuros y falaces, como hechizos para lograr el amor de alguien que se resiste, o para adueñarse de la fortuna de un vecino…

Por lo que la mujer que sobresalía en sus dotes curativas, o se excedía en sus poderes “mágicos” dentro de la aldea, era temida  y envidiada, a menudo se la tachada de hechicera, sino abiertamente de bruja, y de tener tratos con el diablo.

Ser una buena curandera por lo tanto, tenía sus peligros, y muchas mujeres sufrieron persecución  por este motivo, aunque dentro de sus prácticas, no incluyera el hacer el mal a sus semejantes.

Si sucedían acontecimientos negativos en la aldea, se las acusaba de traer el mal al pueblo de múltiples formas, como: echar el mal de ojo, enviar granizo para acabar con las cosechas, o de envenenar el agua…

El desarrollo de la medicina oficial en las universidades – que en el inicio serán religiosas  y en manos de los hombres – aunque no se producirá hasta el siglo XIII y su difusión será muy lenta, si será irrevocable, perdiendo las mujeres protagonismo.

La Iglesia, aunque tuvo cierta tolerancia hacia las sanadoras, inició su persecución mayoritaria en el siglo XV, bajo la acusación de brujería, con la quema en la hoguera de éstas,  para dar ejemplo.

 

Aprendizaje de la historia

Cuando una cultura cae, la sabiduría es transmitida por las personas más insospechadas.