La historia de Hefestos (o Vulcano) se repite en muchos hogares.

Siempre estaba en medio en las descomunales broncas entre su padre (Zeus) y su madre (Hera) mientras sus hermanos se escaqueaban.

Había caído en la típica trampa de verdugo-víctima-salvador, en la que a menudo la víctima no es nada inocente.

Su madre le decía que le protegiera de la ira del padre, que era juerguista e infiel.

El, que todavía no sabía que en los problemas de pareja no conviene que entren los hijos, lo daba todo intentando hacer de mediador.

Hasta que un día, el padre se hartó y lo arrojó del Olimpo. Estuvo tres días cayendo y al aterrizar se destrozó una pierna, con lo que quedó cojo para toda la vida.

Y vio cómo su padre y su madre volvieron a llevarse bien, y no le prestaron mayor atención. Ahí se dio cuenta de que era víctima de un juego tóxico y decidió salir de él para siempre (¡BRAVO POR HEFESTOS!).

Cuando su madre intentó otra vez volver a meterle en el juego, él le preparó una trampa (alambres que te atan a una silla, lo de siempre).

Y no la liberó hasta que ella le prometió que le dejarían en paz.

Al final, él se fue a vivir bajo un volcán (¡privilegios de ser un Dios!) y se convirtió en el más hábil herrero del universo.

Descubrió que, a fin de cuentas, no hace falta tanto para vivir bien, pero sí que es importante liberarte de aquello que suponga una carga inútil.

Y que no es sano quedarte atrapado en los juegos de otras personas durante mucho tiempo.