Leer las Máximas de Rochefoucauld es sumergirse en un mar frío, carente de esperanza y de fe en el alma humana.

Un mar profundo, repleto de sabiduría y de experiencias recogidas tras toda una vida.

Su autor, François de Rochefoucauld fue un tipo muy activo en su juventud.

Anduvo metido en numerosos amoríos y conjuras, locuras y desengaños.

Su vejez fue amarga y se dio cuenta de lo absurdos que son muchos de nuestros esfuerzos.

Recopiló una serie de sentencias o “máximas” en las que se trasluce un hombre que ya no cree en nada ni en nadie.

En lugar de extraer de la vida lecciones de bienestar, su posición es de un gélido cinismo, del que está de vuelta de todo.

No cabe duda que de su libro podemos extraer muchos conocimientos útiles ( No hay mayor sabiduría que escarmentar en cabeza ajena).

“En los celos hay más amor propio que amor” o “La confianza ayuda más a la conversación que el ingenio”, por ejemplo, nos dan temas en que pensar.

A veces sus comentarios alcanzan una inusitada profundidad, como cuando dice que “Nuestra cordura está tan a merced de la suerte como todo lo que tenemos”.

Hay que reconocerle una cierta capacidad de introspección, que unida a su habitual sinceridad, nos hace vernos en un espejo a veces demasiado real (“Si confesamos defectillos es para convencernos de que no tenemos defectos grandes”).

Nos recuerda, como persona de cierta edad que “Cuando los vicios nos abandonan, abrigamos la ilusión de que somos nosotros quienes los abandonamos”.

Podríamos seguir comentando tantos y tantos aspectos de éste pequeño libro, que es mejor que cada cual investigue por su cuenta.

Descubriréis que hay un auténtico tesoro escondido de experiencias y comentarios sobre la condición humana, cosas en las que no nos solemos parar a pensar.

Para terminar, os dejamos con una de esas frases, tan habituales en él, que son como cargas de profundidad:

“No hay que darse por ofendido por que los otros nos oculten la verdad, ya que nos la ocultamos tan a menudo a nosotros mismos”.