Todas las personas que nos dedicamos a la educación y a la formación nos enfrentamos a los mismos dilemas.
Tenemos que cumplir un programa (casi siempre decidido por otras personas).
Y durante un plazo de tiempo, determinado también por otras personas.
Todo profesor que se precie detecta enseguida las diferentes capacidades del alumnado.
Y tiene que tomar una decisión.
Tiene que intentar que las personas con más dificultades alcancen los mínimos.
Tiene que establecer un término medio en el que entren la mayor parte de los alumnos, para que no sean rechazados por el sistema.
Pero no puede ocuparse de las personas que tienen capacidades superiores o diferentes, porque el objetivo del proyecto educativo no es ese.
Y es sorprendente la cantidad de personas que opinan que no son capaces de aprender o que son estúpidas, cuando a menudo presentan capacidades diferentes, o muy por encima de la media.
Quizás sea el momento de empezar a pensar en estilos de educación o formación diferentes para cada grupo, organizados según las características de aprendizaje de las personas.
Un sistema único favorece exclusivamente a un único tipo de capacidades.
Y hay muchas personas que se quedan en la cuneta del sistema educativo.
Se impone crear opciones en las que el sistema se adapte a las personas, y no al revés.