Hace pocos días se desató un escándalo porque un humorista se burló de la bandera española.

Las reacciones fueron de todo tipo, desde comentarios airados en los medios de comunicación hasta amenazas, pasando por apoyos incondicionales, ataques a otras banderas y rescisión de contratos con el autor de la burla.

Y todo el mundo se preguntaba cómo era posible que una bandera despertase todo éste abanico de respuestas.

Lo cierto es que la respuesta la tenemos al alcance de la mano.

De hecho, aunque muchas personas no lo compartan, son reacciones de lo más natural.

Porque el ser humano es profundamente territorial.

Nos guste o no nos guste, tenemos el instinto de marcar el territorio, de asociarnos de alguna manera con algo que nos dé identidad.

Hasta ahora hemos hablado de banderas, pero hay muchas más cosas que nos definen, que nos hacen sentir quienes somos.

El país (o comunidad autónoma, o región,…) nos da ya cierta identidad de base, pero no es, ni de lejos, nuestra mayor fuente de identidad.

También nos define el idioma que hablamos, nuestra familia, nuestra clase social, el barrio en que vivimos y nuestra profesión.

Por no hablar de nuestro círculo de amistades o nuestra familia, donde hemos puesto los primeros ladrillos de nuestra personalidad.

Pero aún hay más: lo que leemos, lo que nos gusta, nuestra dieta o la música que escuchamos también son andamios con los que edificamos nuestra forma de ser.

Y, más poderoso aún, si hablamos de religión, ideologías o creencias, ya estamos tocando aspectos muy relevantes de lo que hace que seamos quienes somos.

Lo que en éste escándalo que he comentado al principio no se tuvo en cuenta es que cuando alguien ataca aquello que nos brinda identidad, sentimos que nos atacan a nosotros/as mismos/as.

Hay quien dice que esto no debería ser así, pero lo cierto es que las personas sólo se muestran comprensivas cuando se ataca algo que para ellas no es relevante.

En realidad, el plantearse si esto debería ser así o no, no tiene mucho sentido.

Lo llevamos incrustado en los genes.

Ésta serie de identificaciones son mecanismos que nos han permitido sobrevivir a lo largo de la historia y también han permitido que las diferentes culturas sobrevivan.

Por lo tanto, lo más prudente es asumir que si me burlo de los símbolos de identidad (sean éstos los que sean) de otras personas, las reacciones van a ser, como poco, intensas.

¿Qué le vamos a hacer?

Somos así.