A menudo oímos hablar de libertad de pensamiento, libertad política, libertad de expresión,…
Pero nunca se habla de la libertad emocional.
Se trata de que la persona decida cómo se va a sentir la mayor parte del tiempo.
Cuando se decide tomar las riendas de la propia historia y se decide trabajar las emociones para tener calidad de vida, siempre nos acabamos topando con el tema del perdón.
Las personas suelen tener grandes problemas con éste tema imprescindible, y ello se debe a un error de concepto.
Generalmente no se sabe lo que es en realidad perdonar.
Si pensamos que se trata de olvidar o pasar por alto todo el daño que nos han hecho, es normal que nos resulte una idea extraña y antinatural.
Y ello se debe, por extraño que parezca, a un error de traducción.
Si nos vamos a los orígenes, a la palabra griega original que se utilizó en la Biblia, descubriremos una cosa sorprendente:
La palabra es “APHIENAI”: su traducción correcta no es “perdonar”, sino “SOLTAR” o “DESPEDIR”.
Por lo tanto, perdonar, en realidad, es dejar algo o a alguien fuera de mi vida, sin olvidarlo, pero sin obsesionarme, sin dejar que me dirija.
Cuando una persona está buscando un bienestar profundo y duradero, siempre llega a un punto en el que está demasiado cargada: tiene demasiados rencores, recuerdos dolorosos y humillaciones sufridas como para poder vivir en libertad.
El liberarnos o no es una decisión totalmente personal, pero el pensar que no se puede hacer nada al respecto es un error muy grande y muy frecuente.
Es necesario soltar lastre, vaciar la mochila, hacer limpieza y levar el ancla para dirigirnos al tipo de vida que deseamos.
Al principio, como todo nuevo hábito, cuesta.
Es normal, ya que llevamos toda la vida haciendo justo lo contrario.
Si perseveramos, al principio veremos que es una sensación extraña.
Con la práctica, notaremos que es placentera e incluso necesaria, y nos da un nuevo sentido de libertad. Ya no estaremos atados al pasado.
Además es algo que se puede empezar a hacer a cualquier edad.
Pero el hecho de soltar lastre tiene un doble componente:
Por cada cosa que suelto, he de perdonarme a mí (por no haber estado a la altura, por haberme dejado avasallar, por haber metido la pata, por haberme comportado de una forma estúpida…).
Este ir soltando pasado e ir liberándome de culpa tiene un efecto inmediato.
Lo primero que sucede es que por soltar un agravio NO PASA NADA MALO. Lo sigo recordando, sí, pero ya como algo distante, algo fuera de mí.
Así creo espacio para esa nueva persona que empiezo a ser, para ese futuro tan interesante que estoy construyendo y para todas esas personas estupendas que voy a conocer.
No olvidemos que lo que tenemos en mente guía nuestra vida, y si lo que me obsesiona son escenas de dolor y sufrimiento, eso es exactamente lo que crearé a un nivel inconsciente.
Por supuesto que existe un tiempo para el rencor, la ira, el odio y la vergüenza, y no hay que avergonzarse por ello.
El problema es que así no se puede vivir si nuestro objetivo es disfrutar de la vida.
Siempre llega el momento en que he de decidir si empezar a soltar o no.
Para terminar por hoy, nos despediremos con una pequeña historia:
“Había un hombre que amaba profundamente a su madre, y odiaba a su padre con la misma intensidad.
Un día su madre murió, y durante el entierro, no derramó ni una sola lágrima.
Al año siguiente, murió su padre, y durante el entierro, el hombre no paró de llorar.
Cuando un amigo le pregunto por el motivo de éste extraño comportamiento, el hombre le dijo:
– Lo que me hacía sentir vivo era el odio hacia mi padre.
Ahora que ha muerto, ¿Qué voy a hacer?.”
¿En serio queremos vivir así?.
Uf, muy interesante…y lo difícil que es aprender a perdonarse a uno mismo ¿eh?