Una niña que va sola al bosque, inconsciente de sus peligros.

Ninfas del agua que se peinan con peines de oro, mientras arrastran a los incautos a las profundidades del río.

Niños que descubren que son príncipes, no sin pasar grandes pruebas.

Un monstruo que necesita hacer daño a todo aquel con quien se encuentra.

Hadas del atardecer  que se acercan y desaparecen, haciéndonos creer en lo maravilloso…

Esto es el mundo de las imágenes heredadas, que nos calan en lo más profundo.

Pero para llegar a ellas, los niños tienen que aprender a generarlas y recrearlas, en su cabeza.

El problema es que la televisión, los videos, el cine… le da al niño “todo hecho y cocido” y no puede utilizar el inmenso tesoro de su imaginación.

Quizás sea el momento de recuperar para la educación un recurso que ha sido fundamental durante toda nuestra historia.

Previamente, habría que volver a narrarles cuentos como antaño – con una luz tenue – y donde un familiar se los cuenta, antes de dormirse en la cama…

Esta situación repetida, hace que los niños – aunque escuchen las mismas historias  – generen sus propias ideas, sobre estas y les den un significado.

Con un lenguaje fácil de entender, los cuentos de hadas dejan que ellos mismos encuentren soluciones creativas para resolver sus problemas.

Porque ese lenguaje mágico, refleja cómo ve el niño el mundo, como se siente y actúa en él, identificándose con los personajes.

Tal vez sea el momento de volver a descubrir la experiencia de fascinarles y revelarles nuevos mundos con nuestras palabras…