Está claro que todos tenemos nuestros claroscuros.

A todos nos han hecho daño sin merecerlo y todos hemos hecho daño a alguien en alguna ocasión.

Pero no es éste el tema que vamos a tratar.

Muchas veces, en la consulta, ves a personas que han sido víctimas de personas malvadas. Cuando intentas hacerlo ver, la víctima no quiere creerlo. El problema está en que el hecho de que éste tipo de personas exista choca de frente con nuestra visión del mundo y no somos capaces de entenderlo, ni tan siquiera de imaginarlo.

Por suerte, éste tipo de maldad es minoritaria, pero su influencia es muy grande.

Éstas personas necesitan generar dolor y sufrimiento, y ésta sensación les resulta de lo más placentera. Ni tan siquiera intentan justificar sus actos. Se diría que son una especie de vampiros que se alimentan a base de dolor.

Tanto es así que he conocido personas que han cometido grandes errores en su vida y lo han perdido todo a cambio de poder producir dolor durante un instante.

Nuestro deber es aprender a localizarlas, pese a lo bien que se ocultan y alejarnos de ellas en la medida de lo posible.

Hay que recordar que el conflicto es su elemento natural. Luchar con ellos es luchar con personas que consagran todo su tiempo apropiarse o destruir lo que otros construyen.

Pero eso tampoco quiere decir que sean indestructibles. Su punto débil siempre es la vergüenza social: si se hace ver cómo son en realidad a los ojos de los demás, no podrán soportarlo, ya que suelen vivir en una red de mentiras.

Hay una historia Nativa Americana que ilustra su comportamiento a la perfección:

Érase una vez un anciano que en invierno encontró una serpiente congelada a punto de morir.

Sintió lástima y la llevó para su casa. La puso delante del fuego para que se calentara.

En cuanto la serpiente se recuperó, lo primero que hizo fue morder al anciano.

El anciano le dijo: “¿Por qué me has mordido?. Te he acogido cuando te estabas muriendo y te he salvado la vida. ¿Así me lo pagas?”.

La serpiente le contestó: “¿De qué te quejas?. Cuando me salvaste ya sabías que era una serpiente”.

 

Muchas veces no ahorraríamos muchos disgustos si no nos negáramos a ver la realidad.