Los antiguos romanos eran muy dados a purificar.
Y una de las mayores ceremonias de purificación era la “lustratio”, que proviene de “lustrum”, que quiere decir “limpio” o “puro”.
De ahí proviene nuestra palabra LUSTRO, que es un periodo de cinco años.
Solían purificarlo todo: las legiones antes y después de las campañas, los hogares, la ciudad, y hasta los recién nacidos, para protegerlos del mal y de lo negativo.
Utilizaban sobre todo el agua, pero también el humo y los sacrificios.
Era un acto tan importante que si un cabeza de familia no participaba, perdía todos sus derechos durante cinco años, hasta que se volviera a celebrar la ceremonia.
Las crónicas de la época cuentan que los ciudadanos aprovechaban para deshacerse de cosas que no querían, para limpiar sus casas y para poner su vida en orden.
En una sociedad como la nuestra, en la que lo importante es adquirir y acumular, esto nos da mucho que pensar.
Sería muy saludable para nosotros recuperar ésta costumbre y cada cierto tiempo:
- Revisar nuestras relaciones para deshacernos de las tóxicas y quedarnos con las que nos nutren.
- Replantearnos nuestro mundo laboral y eliminar expectativas que nos viene de fuera.
- Recuperar la visión correcta en la que podemos ver qué cosas son en realidad necesarias para vivir bien.
- Eliminar todos los “debes” con los que los demás nos manipulan para hacernos sentir culpables.
- Darnos cuenta de que muchos de nuestros pensamientos sólo sirven para debilitarnos, y sustituirlos por otros que nos den fuerza, coraje y se alineen con la persona que somos en realidad.
- Limpiar nuestra mirada, cansada de contemplar sufrimiento y problemas, y enfocarla en posibilidades, esperanza y el futuro que nos merecemos,…
Sí, de vez en cuando es necesario purificar ciertos aspectos de nuestra vida y crear espacio para todo lo bueno que está por venir.
Como siempre, nuestros antepasados aún tienen mucho que enseñarnos.