Cuentan que había un hombre paseando por la vera de un río.

Era primavera, cuando la vida retorna llena de fuerza.

Paseando cerca de unos árboles se encontró una escena insólita:

Había un mono que sacaba peces del agua y los arrojaba a tierra, dondo todos se axfixiaban.

El hombre, que era de naturaleza muy curiosa, se dirigió al mono.

-“Buenos días”, le dijo.

Saludar a un mono no era tan disparatado, porque si era capaz de pescar, ¿por qué no iba a ser capaz de hablar?.

-“Buenos días”, le contestó el mono.

-“Perdone”, dijo el hombre,”¿Puedo hacerle una pregunta?”.

-“Faltaría más”, dijo el mono.

– “He observado que está sacando peces del agua. ¿Lo hace para comérselos?”, preguntó el hombre.

– “No, qué asco”, dijo el mono torciendo el gesto.

– “¿Podría decirme entonces por qué los saca del agua?”, insistió el hombre.

Y el mono, poniendo esa expresión de cara que se utiliza para decir algo muy evidente a alguien un poco estúpido, le dijo:

  • “Les saco del agua para que no se ahoguen, para que puedan respirar”.

 

Reflexión:

A menudo somos incapaces de comprender que cada uno de nosotros necesita cosas distintas.

A veces pensamos que lo que es bueno para mí es bueno para todo el mundo.

O que lo que sirve en un momento de nuestra vida, sirve para todos los momentos y para todas las personas.

A veces ofrecemos consejos equivocados con la mejor intención.

O ayudamos a otros porque nos incomoda su sufrimiento, no por su bien.

O censuramos una conducta porque no la aprobamos.

A menudo no dejamos que las personas hagan su proceso natural, que cometan sus propios errores o que lleguen a donde nosotros no hemos sido capaces de llegar.

Las buenas intenciones no lo justifican todo.

Quizás sea el momento de dar más importancia a la comprensión hacia los demás que a nuestra propia visión del mundo.

Quizás sea el momento de dejar que cada cual viva en su elemento.

Y de aceptar de una vez que todos somos diferentes.