Imaginemos por un momento que le preguntamos a un antiguo griego o romano si los sueños pueden predecir el futuro.

Para empezar, la pregunta le parecería estúpida.

“¡Por supuesto que sí!”, nos diría.

“Los sueños son el medio con el que los Dioses se comunican con nosotros”.

En la antigüedad el tema de la adivinación por los sueños no sólo era aceptado, sino que estaba institucionalizado.

Además de los adivinos que iban por libre, los “autónomos” del mundo de la adivinación, había una serie de “puestos“oficiales.

Su trabajo era adivinar el futuro mediante diversas técnicas:

Interpretaban las vísceras de animales sacrificados, el vuelo de los pájaros y, por supuesto, los sueños premonitorios.

En la Roma antigua, los AUGURES tenían una gran importancia, tanto que el principal augur era el emperador.

Hay constancia de casos de soborno para que predijeran lo que interesaba a sus “clientes”.

Las legiones romanas contaban con sus propios adivinos para predecir el éxito en las batallas, y se encargaban de encontrar los días propicios para la batalla.

Un presagio negativo descorazonaba a las tropas, ya que los soldados eran muy supersticiosos.

Resulta curioso pensar en soldados veteranos temblando de miedo porque las señales daban malos pronósticos.

De hecho, es famosa la anécdota en la que Julio César tropezó al desembarcar en una playa y cayó a la arena. Para que sus hombres no pensaran que era un mal augurio, fingió que lo hizo para besar el suelo.

Y puestos a hablar de Julio César, es de todos conocida la anécdota de su mujer, que le decía que no fuera al senado porque soñó que le iban a asesinar. Como así fue.

Los griegos tenían otra versión: Los Oráculos, que eran toda una institución.

Se trataba de personas que vivían en lugares muy concretos: templos sagrados.

Era toda una red de centros, habitados por adivinos consagrados a su trabajo.

El más famoso era el Oráculo de Delfos.

Las personas iban al templo, pagaban, hacían la pregunta y esperaban la respuesta.

Hay quien dice que los Oráculos tenían sus increíbles habilidades debido a drogas alucinógenas, o a los vapores que se colaban por las grietas subterráneas de los templos donde vivían.

Fuera como fuera, sus predicciones eran bastante misteriosas, y los textos antiguos están plagados de historias en las que los protagonistas pensaron que el Oráculo quería decir algo y al final el significado de la predicción era otro.

Según nos cuenta la tradición, así se forjaron y destruyeron reinos, vidas y leyendas.

Otra forma de adivinación interesante era la de los “iatromantes”.

Cualquier persona podía ser un Iatromante.

Había lugares, generalmente cuevas, dedicadas a éstos menesteres.

Eran lugares dedicados al lado menos conocido del Dios Apolo.

Su símbolo era la serpiente.

Eran lugares que por algún motivo promovían los sueños lúcidos, en los que aparecían las respuestas.

Ibas a un centro de poder de éste tipo, planteabas la pregunta, te echabas a dormir, y los dioses te respondían a ti en persona, en tus propios sueños.

Pero ahora vivimos en otros tiempos.

Hoy en día todo eso se ha perdido.

Pero cuesta creer que civilizaciones tan sabias dedicaran tantos esfuerzos a algo que no es verdad.

Para decir que algo es cierto, hay que demostrarlo.

Pero para poder decir que algo es mentira, también hay que demostrarlo.

Siempre nos queda la duda.